La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana
Vinci, Leonardo da

Fecha: 19/03/1504

Santa Ana, la Virgen María y el Niño Jesús, tres generaciones, dos del fruto de la concepción inmaculada, son retratadas en un paisaje. El cuadro muy probablemente fue encargado como un exvoto de Santa Ana, en agradecimiento por el nacimiento de la hija de Luis XII, pero Leonardo trabajó mucho tiempo en la imagen antes de entregarlo. La composición es un buen ejemplo de su experimentación con la composición de figuras, que inspiraría a artistas de la generación siguiente.

La obra se cree que fue encargado por Luis XII de Francia, como ya hemos comentado,  para celebrar el nacimiento de su única hija, Claude, en 1499. Anne era el nombre de su mujer y de la patrona de las mujeres infértiles y embarazadas. Pero el cuadro nunca fue entregado a Luis XII, como señaló un observador que da cuenta de su presencia en el taller de Leonardo en 1517,cuando el artista fue alojado por Francisco I en Cloux, cerca de Amboise. También se informó de su presencia en el Palais Cardinal (el actual Palacio Real) en 1651, lo que ha alimentado la hipótesis de que la imagen entró en la colección real con la ayuda de Richelieu. Pero con toda probabilidad fue Francisco I quien lo adquirió al asistente de Leonardo, Salai, por una suma considerable registrada en los archivos. Sin embargo, antes  del inventario de Le Brun en 1683, no hay confirmado ningún registro del cuadro en el Château de Fontainebleau.

Varios trabajos preparatorios, el cartón de la National Gallery de Londres y varios dibujos entre ellos los del Louvre (RF 460) , permiten seguir el desarrollo gradual de la obra. En el primer boceto, Leonardo reemplazó al joven San Juan Bautista por un símbolo, el Cordero de Dios, y se deslizó al Niño Jesús desde las rodillas de su madre hasta el suelo. Le dio más importancia a Santa Ana, quien se convierte en el eje de una composición triangular. Los gestos naturales de las figuras les permiten interactuar entre sí: el brazo derecho de  Santa Ana se mezcla con el de María, cuya cabeza oculta el hombro de su madre, y el brazo izquierdo de María se prolonga por Cristo. Esta interacción nos transmite un significado concreto: la idea del linaje y la Encarnación de Cristo, cuyo destino, la Pasión, es prefigurado por el Cordero en el borde del precipicio. La originalidad de Leonardo radica en su iconografía (la adición del Cordero) y su composición geométrica y dinámica.

Como hizo en La Virgen de las Rocas, Leonardo establece una escena religiosa en un paisaje fantástico y coloca un abismo entre el espectador y las figuras. La distancia con las montañas es cubierta por la perspectiva atmosférica con reflejos azulados y cristalinos y pone manifiesto su interés por la geología y los fenómenos meteorológicos.

El sfumato, efecto pictórico característico de Leonardo, unifica la composición envolviendo las figuras y el paisaje en una difusa neblina evanescente y poética. Esta impregna con gran dulzura unos rostros muy expresivos. Toda la obra emana un aura de extrañeza que, junto con las expresiones sutiles y el estado inacabado de la obra, ha dado lugar a una serie de interpretaciones psicoanalíticas desde Freud.

El cuadro influyó decisivamente en las generaciones posteriores de artistas, pintores de inspiración clásica, tales como Raphael y Solario y manieristas como Andrea del Sarto


Fuente: Musée du Louvre
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