Gauguin, que vivió durante casi cuatro meses, entre junio y octubre de 1887, en Martinica, quedó deslumbrado por la belleza de la isla y la abundancia de motivos que ésta le ofrecía. Poco después de su llegada, se instaló en compañía de su amigo el pintor Charles Laval en una cabaña situada en una finca a dos kilómetros al sur de Saint-Pierre: «Debajo de nosotros el mar con una playa de arena para bañarse y a ambos lados cocoteros y otros árboles frutales admirables para el paisajista. Lo que más me agrada son las figuras; todos los días hay un vaivén continuo de negras ataviadas con ropas de mil colores, de movimientos gráciles e infinitamente variados. De momento me limito a hacer boceto tras boceto para empaparme de su carácter; más tarde las haré posar. Llevan pesados fardos en la cabeza y al mismo tiempo van parloteando incesantemente; sus ademanes son muy particulares y las manos desempeñan un papel enorme en armonía con el balanceo de las caderas».
Seducido por los movimientos de las indígenas, Gauguin plantó su caballete al borde del sendero de las porteadoras de fruta para pintar sus incesantes «idas y venidas», eligiendo personalmente estas palabras como título del cuadro con ocasión de la subasta de sus obras que organizó en París el 23 de febrero de 1891 con el fin de costearse el viaje a Tahití. La escena describe el vaivén de las mujeres que cada mañana acudían a recoger fruta madura de los árboles, guayabas, mangos y cocos, que transportaban en banastas en equilibrio sobre la cabeza hasta el mercado de Saint-Pierre. Según unas notas tomadas por Alberd Dauprad, amigo de Laval, estas idas y venidas se producían a diario en las fincas de «frutales» en las que también había algunas cabras, ovejas, cerdos y gallinas.
No se ha podido identificar el emplazamiento exacto al que corresponde Idas y venidas, pero aparentemente se trata de una escena compuesta a partir de elementos reales, acaso observados en la propia finca en la que vivía Gauguin. El artista realizó bocetos, así como pasteles más elaborados, de personajes y de animales, que posteriormente introdujo en el paisaje, probablemente pintado en el estudio. Este método de recomposición le permitió distanciarse del naturalismo que preconizaban los impresionistas y crear un espacio sin profundidad, característico de las estampas japonesas. Durante aquel período de experimentación, utilizó pinceladas oblicuas, cezannianas, que estructuran las formas al tiempo que confieren a la superficie pictórica una textura vibrante.
Hombres y mujeres, cabritos, corderos y gallinas al borde del camino, no ocupan más que un lugar reducido del lienzo, consagrado fundamentalmente al paisaje; en él la vegetación está tratada a base de grandes manchas, como si fuera un tapiz de colores sordos y profundos, imbricados, muy decorativos. Unas manchas bermellón estallan en algunos puntos en medio de una gama de verdes, mientras que el sendero de laterita que atraviesa la pradera atrae la mirada del espectador hacia las porteadoras de fruta, tema principal del cuadro.
Gauguin volvió de su estancia en las Antillas con una docena de lienzos terminados «de los cuales cuatro con figuras muy superiores a las de la época de Pont-Aven».Idas y venidas, sin duda uno de sus cuadros más hermosos de Martinica, perteneció a partir de 1891 a Degas, que lo conservó durante toda su vida. La obra pasó posteriormente a la colección de la duquesa de Marlborough, que la tuvo celosamente apartada de las miradas de aficionados y expertos hasta 1979.
Fuente: Museo Thyssen-Bornemisza