Este lienzo, recientemente vendido en subasta con el título de Salida del teatro, fue presentado por García Ramos en la IV Exposición de Pintura Española organizada por José Pinelo en Buenos Aires, en 1905, con el título de Salida de un baile de máscaras. El título original elegido por el artista aporta indudablemente una descripción más precisa del tema. Éste es, sin duda, uno de los mejores trabajos realizados por el pintor en el último período de su vida, cuando su fama en el mercado sevillano estaba ya asegurada y era considerado como uno de los más prestigiosos pintores andaluces de género del momento. La baronesa Thyssen-Bornemisza posee ya en su Colección otro ejemplo muy significativo de este tipo de trabajo del mismo pintor, titulado Cortejo español (p. *). En aquellos años el pintor sevillano –a pesar de la pérdida de su capacidad creativa y de los problemas familiares que estaba afrontando– decidió ampliar los horizontes de su pintura, abandonar los temas anecdóticos y carentes de demanda de su entorno social y reflejar el lujo y la ostentación de los círculos frívolos y cosmopolitas de las grandes ciudades europeas en el período de labelle époque. Su intención no era sino introducir sus obras en el mercado internacional, en este caso en el mercado argentino donde, en aquel tiempo, este tipo de escenas comenzaba a adquirir un gran éxito entre la más rica clientela, llegando a convertirse en obras requeridas constantemente por los más importantes vendedores de arte europeos y americanos.
Este cuadro es un excelente testimonio de las nuevas aspiraciones del artista, particularmente en el refinamiento técnico desplegado en su ejecución, al tiempo que una de sus mejores obras. Posee un dibujo particularmente riguroso y cuidado, colores elegantes, tonos brillantes y suaves al mismo tiempo, y un logrado equilibrio compositivo, sobre todo teniendo en cuenta el gran número de figuras en él incluidas, un reto que el artista era experto en solucionar.
Los bailes de máscaras fueron uno de los temas predilectos de los pintores españoles durante el último cuarto del siglo XIX, los cuales se dedicaron mayoritariamente a las escenas de la alta sociedad, viendo en este género la posibilidad de realizar obras decorativas con temas fácilmente accesibles; creaciones que reflejaban los aspectos más destacados de la vida social de fines del siglo.
Este tipo de reuniones mundanas, caracterizadas por la emocionante experiencia del anonimato, constituían la circunstancia ideal para la ostentación social y, sobre todo, para el enamoramiento o cortejo galante, asimismo para los sucesivos malentendidos, temas todos ellos tratados con la misma frecuencia en la literatura del momento.
La Colección Carmen Thyssen-Bornemisza posee otros importantes ejemplos de este género de pintura en las obras de Raimundo de Madrazo y Eugenio Lucas Villaamil tituladas, respectivamente, Salida del baile de máscaras (p. *) y Llegada al teatro en una noche de baile de máscaras (p. *), a las cuales se añade ahora esta destacada pintura de García Ramos que refleja el espíritu de tales reuniones sociales. Dispuesta casi como un friso, en rigurosa frontalidad, la escena representa el momento en el que la muchedumbre está abandonando un baile de máscaras propio de los concursos de disfraces, tal como anuncia claramente un póster situado a la entrada: «Baile de máscaras. Concurso de trajes». Los grupos de participantes en el baile salen atropelladamente a través de las monumentales puertas del edificio. En el centro, una mujer disfrazada parece haberse desmayado, quizás tras haber sentido náuseas por beber demasiado alcohol, y es sostenida por la cintura por una persona detrás de ella. Mientras tanto, un caballero en el extremo izquierdo de la composición desciende las escaleras asiendo a una elegante dama por la muñeca –tal vez su mujer– quien, aparentemente distraída, mira hacia el espectador, mientras la otra mano de su acompañante alcanza a una joven que le devuelve la mirada; probablemente el fruto de una reciente conquista que tuvo lugar durante el baile.
El artista no olvida añadir una nota de contraste social en la representación de estos elegantes personajes; magnífico ejemplo de su poder de observación y de su conocimiento de las clases humildes, las cuales se encontraban entre sus temas favoritos. Así, delante de las puertas del teatro podemos observar, pintado con agudo realismo y singular inmediatez, a un pilluelo con un cigarrillo en la boca esperando abrir la puerta de los carruajes para obtener unas pocas monedas de propina, lo cual, obviamente, constituye una suerte de competencia para el sorprendido portero con uniforme que mira nervioso. Detrás de éste aparece un músico dejando el teatro tras acabar su trabajo y un anciano cochero, sosteniendo un caballo por la brida –sin duda una de las más interesantes figuras de la composición– quien está anunciando a voces su presencia a los clientes potenciales que todavía permanecen dentro del teatro. Así, lejos de reflejar únicamente la actividad de la muchedumbre, en esta pintura García Ramos completa estudios individualizados de cada figura, estableciendo entre ellas lazos de enorme sutileza los cuales sólo pueden ser leídos tras estudiar la escena atentamente.
Esta pintura recibió críticas muy favorables incluso en tiempos de vida del pintor. Tales críticas destacaron «la observación de las figuras, cada una de ellas mostrada por el pintor sin rigidez y con una expresión apropiada, sin ninguna nota forzada o concepción amanerada, de modo que acierta a crear un óleo atractivo con la peculiaridad de revelar a cada mirada, nuevas cualidades y sutilezas en sus pinceles».
Existe un boceto preparatorio de este lienzo, con algunas variantes, que todavía posee la retícula usada para trasladar la composición a la pintura definitiva.
Fuente: Museo Carmen Thyssen de Málaga