El año 1922 fue uno en el que obtuvo mayores triunfos. En ese año se data La Buenaventura, que pudo pintar durante la estancia bonaerense, hipótesis que se establece por la permanencia de la obra en una colección argentina y no figurar en la exposición de 1922, aunque sí en otra de 1943 celebrada en la misma galería.
Sobre el alfeizar de una ventana, dos mujeres sentadas de perfil y con similar protagonismo, simbolizan la dualidad tantas veces presente en sus pinturas. A la derecha, una de ellas, con atuendo popular y las piernas recogidas hacia atrás, no parece que consiga atraer la atención de la otra joven que descansa sobre el propio alfeizar, mientras su gesto denota una manifiesta melancolía que trasluce una preocupación amorosa. Tras ellas, Córdoba, representada ahora por la casa y fuente de la Fuenseca, el Cristo de los Faroles y el palacio del Marqués de la Fuensanta del Valle, en cuya puerta aparece una mujer envuelta en un mantón rojo y recostada en el quicio.Alinea, como telón de fondo, los edificios y el monumento, sin importarle que en realidad se encuentran muy alejados entre sí.
Y de nuevo, entre la buenaventura y el paisaje urbano del fondo, una escena abocetada y secundaria: una mujer que quiere retener a un hombre, en relación con el motivo principal de la pintura: el amor, o mejor, el desamor.
Es ésta una pintura de compleja lectura que quizá se podría resumir en la tristeza de una joven enamorada de un hombre casado –circunstancia de cuyo peligro le avisa la echadora de cartas–, al que en segundo plano intenta retener su esposa, quedando ésta abandonada, en un tercer plano, en el quicio de la puerta.
Analizando la composición y el tema de La Buenaventura se hace necesaria la comparación con otras obras de Romero de Torres, lo que lleva a considerar el valor de la «repetición» en la pintura del maestro cordobés. La primera repetición se da en el propio título, pues se menciona entre sus pinturas otro lienzo igualmente conocido como La Buenaventura.
Como puede apreciarse, es continuo su interés por la iconografía femenina, y en esos años además son frecuentes los lienzos de formato horizontal con dos mujeres que amenizan su tiempo. Repite ese esquema desde las tempranas Ángeles y Fuensanta de 1907, al cartel de la Feria de Córdoba de 1916, Más allá del pecado, Musidora, La Buenaventura, Mujeres sobre mantón, Humo y Azar (Jugando al monte), Seguiriya gitana (Mal de amores) o La primavera, hasta llegar a La nieta de la Trini, de 1929, ya al final de su vida.
El reflejo de la moda femenina de la época aparece en algunas de estas pinturas, y así queda patente en los zapatos de muchas de sus mujeres, en esas medias de seda que se estaban imponiendo y eran tan codiciadas, en los modernos jerséis de malla verdes o amarillos y el peinado, en ocasiones a lo garçon o de suaves ondas y largas trenzas, que lucen esas modelos que el maestro cordobés tan bien supo inmortalizar.
La firma, en letras capitales, se corresponde plenamente con la grafía que usa en su época de madurez, como se ha analizado en diferentes pinturas y carteles del maestro.
Fuente: Museo Carmen Thyssen de Málaga.